sábado, marzo 04, 2006

El Tema de la Semana: Los Escuchadores

VIAJES

Cuando los famas salen de viaje, sus costumbres al pernoctar en una ciudad son las siguientes: Un fama va al hotel y averigua cautelosamente los precios, la calidad de las sábanas y el color de las alfombras. El segundo se traslada a la comisaría y labra un acta declarando los muebles e inmuebles de los tres, así como el inventario del contenido de sus valijas. El tercer fama va al hospital y copia las listas de los médicos de guardia y sus especialidades.
Terminadas estas diligencias, los viajeros se reúnen en la plaza mayor de la ciudad, se comunican sus observaciones, y entran en el café a beber un aperitivo. Pero antes se toman de las manos y danzan en ronda. Esta danza recibe el nombre de "Alegría de los famas".

Cuando los Cronopios van de viaje, encuentran los hoteles llenos, los trenes ya se han marchado, llueve a gritos, y los taxis no quieren llevarlos o les cobran precios altísimos. Los Cronopios no se desaniman porque creen firmemente que estas cosas les ocurren a todos, y a la hora de dormir se dicen unos a otros: "La hermosa ciudad, la hermosísima ciudad". Y sueñan toda la noche que en la ciudad hay grandes fiestas y que ellos están invitados. Al otro día se levantan contentísimos, y así es como viajan los Cronopios.
Las esperanzas, sedentarias, se dejan viajar por las cosas y los hombres, y son como las estatuas que hay que ir a verlas porque ellas ni se molestan.

Historias de Cronopios y Famas
de Julio Cortázar


LA REALIDAD GLOBAL

"Escuchador", una nueva profesión contra la soledad

Un hombre de 29 años identificado como VanDame Hirakota, nombre que responde a un seudónimo, se sienta cada tarde en una céntrica estación del metro en el área metropolitana de Tokio. En el pecho, lleva un gran cartel, que no pasa desapercibido, y dice simplemente: “Te escucho”.

Hirakota es un profesor particular que quiso ser actor. Despedido de una compañía de teatro se le ocurrió distraer al público con sus ocurrencias en un improvisado escenario callejero.

Cuenta que hace ya tres años, al mirar al auditorio, advirtió que muchos espectadores preferían ser escuchados a oír sus ocurrencias; esto le hizo cambiar de trabajo. Se convirtió en lo que él mismo llama “escuchador”. Las personas acuden a él para abrirle el corazón y exponer sus problemas.

Hirakota no da consejos; se limita a escuchar, eso es todo. Dice que ha puesto sus oídos a disposición de unas doce mil personas a un ritmo de cien por semana. Ha escuchado a hombres de negocios, empresarios, profesores, obreros manuales, monjes budistas y hasta psicólogas, a pesar de no poseer ninguna certificación académica que le acredite como psicólogo o sociólogo.

Los “Escuchadores” han oído cientos de historias, la mayoría de ellas tristes. Saben de divorcios, rupturas amorosas, insatisfacción sexual, quiebras financieras, problemas en los estudios, en el trabajo y hasta de las peleas con el vecino.

Hirakota nos cuenta de una mujer q le habló sobre los planes de divorcio de su marido que estaba a punto de jubilarse y un profesor de una escuela primaria le confesó que no sabía de qué manera podía comunicarse con los niños. Según la socióloga Yuko Kawanishi, "este fenómeno muestra que la comunicación entre las personas, incluso en el núcleo familiar y en el trabajo, se ha debilitado".

"A través de lo que me cuenta la gente se pueden ver los problemas y la distorsión que están latentes en la sociedad", comenta el "escuchador"

Pero Hirakota no es el único. En las calles más concurridas de Tokio se han instalado escuchadores voluntarios que tratan de aliviar un padecimiento del alma humana que aumenta sin cesar en las sociedades opulentas: la incomunicación. La falta de comunicación nos está convirtiendo en estatuas de mármol. Hemos reducido la existencia a cuestión de músculos, nervios, huesos y materia pura; átomos perecederos. Nos hemos tecnificado e industrializado, hemos progresado en la escala social, pero nos morimos de soledad interior.

¿Y cuales son los requisitos para ser “Escuchador”?

Para ser "escuchador" no se requiere de título profesional, solo se necesita un taburete y una mesa. Tampoco es indispensable dar consejos, brindar soluciones u ofrecer consuelo. Solo hay que disponer de tiempo, paciencia para oír lo que otro quiera contar y eso sí mucha discreción.

>Quienes buscan ser escuchados generalmente acuden a las aceras que rodean las estaciones de tren de Shibuya y Shinjuku –en pleno centro de Tokio– porque los "profesionales" de este oficio no son muchos ni están en todas partes. Eso sí, están bien ubicados porque por los alrededores de las estaciones Shibuya y Shinjuku transitan diariamente entre tres y cinco millones de personas de las 20 millones que viven en la capital nipona.

Nos hemos convertido en una sociedad de solitarios, aunque la frase pueda parecer que lleva aparejada una contradicción; estamos solos en medio de la multitud. No tenemos quien nos escuche; ni en el trabajo, ni en la casa, ni entre los amigos. Tenemos a gente por encima de nosotros, por debajo de nosotros, pero casi nadie a nuestro lado. Queremos hablar, tenemos cosas que decir, nos urge vaciar el corazón lleno de inquietudes, pero nadie nos oye. En la sociedad actual, que económica y psicológicamente presiona a la gente, cada individuo lleva una vida acelerada, y eso no deja la suficiente energía ni el tiempo para escucharnos y escuchar a los que nos rodean".


EL CUENTO URBANO

Carmen es una señora de linda sonrisa que vive en una pequeña ciudad rodeada de montañas donde aun se respira cierto aire de antaño.
Carmen era una mujer algo sola; tiene un solo hijo y varios nietos que con el tiempo se fueron convirtiendo en hombres y mujeres con una vida de ritmo... "agitado", como el resto del mundo.

Hace 11 años Carmen abrió una pequeña tiendita en el centro de la ciudad, en una de las calles con viejos edificios y familias con casas coloniales que han vivido allí por generaciones.
Carmen es madre, abuela, educadora, mártir, vendedora, muy buena vendedora... pero su mejor profesión es ser escuchadora.Todos los días Carmen abre su tiendita, atiende a la gente con extrema amabilidad, a veces algunos entran y compran algo (porque ella vende de todo), otros pasan y gritan: 'Ñaaa Carmen! Como está???... pero NUNCA pasa un día sin que al menos alguien entre en busca de alguna tontería y termine contándole su vida, liberándole la insoportable carga de pena, tristeza, dolor, ansiedad y confusión a una desconocida de rostro cálido, discreto, sabio, que simplemente los ESCUCHE.

Carmen ha tenido que espantar algunos cuantos locos, puede esquivar con gran destreza a los comerciantes, tiene algunas deudas, pero ha hecho muchos amigos (que en secreto se refieren a ella como "La Doctora Corazón"...).
Carmen ha estado pensando en cerrar su tiendita, ya se siente algo cansada...
Pero cada vez que piensa que estará sola en su departamento, le amenaza un terrible vacío... y decide continuar.

Existen muchas "Carmen" en el mundo... algunas acogidas en el seno en pequeños poblados, otras en las esquinas grises de las grandes metrópolis donde en muchos casos a veces no hay tiempo (o dinero) para los amigos, el psicoanalista o la familia.Siempre seguiremos siendo humanos... solo que ahora con mayor necesidad de preguntarnos ¿Como defendernos de la soledad?


Son las 11:06pm del 04 de Marzo de 2006... hoy es sabado y estamos a 04 días de la PRIMERA edición de "De Cronopios y Famas". Ya terminamos de escribir el guión... Y la musica, tambien.


Al fondo suena: Alguna canción de Charly Parker

1 Han dicho:

At 11:01 a. m., Blogger S dijo...

Saludo.

Venía yo en el "ritmo acelerado" habitual, y pare unos segundos a leer esta página. Pero luego fueron minutos, y me sonreí con Cortazar, y con los escuchadores.
Y para los leedores, dejo un pequeño poema que escribí.




Quiso la muerte.



Y luego la vida fue como el recuerdo de otra vida.



Ascendió a su imagen,



abandonada al tiempo ambiguo,



un lamento



sonido de la niebla,



y cruzó la danza aérea



de un cristal de nervios:



fue un grito,



el destello violento.



La tierra



le reclamaba



como un niño ciego.



Quiso la vida,



Y luego la muerte fue como el sueño de otra muerte.


Simón Rodríguez Porras
timoteocuica@yahoo.com

 

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